miércoles, 4 de febrero de 2009

¿Cuáles son los reales miedos de los chilenos? (...aparte de la delincuencia)

"He aquí mis miedos, miedos que estoy seguro que comparten muchos sesentones de clase media e incluso mujeres y hombres más jovenes que yo. Y así como estoy cierto de lo poco original de mis miedos, también lo estoy de que ellos resuenan débilmente, si es que tienen algún eco, en las autoridades, en los medios de comunicación social, en la llamada opinión pública de mi país. Ello aumenta mis miedos pues me hace sentir solo. Pero las mismas autoridades, los mismos medios de comunicación, la misma opinión pública que no parecen conmoverse con mis miedos, tratan de convencerme que son otras cosas las que deberían asustarme. Los noticieros de la televisión me muestran los asaltos del día: siempre violentos, con armas de fuego de por medio, con victimas heridas e incluso muertas.
La prensa escrita me cuenta el infierno vivido por una familia asaltada: los asaltantes permanecieron más de una hora en el hogar, maniataron a padres e hijos, los amenazaron con pistolas, los humillaron con toda suerte de improperios, los desvalijaron de su dinero y de sus cosas.
El discurso de los políticos, en vez de tranquilizarme, reitera que la delicuencia es la mayor fuente de inseguridad en la vida de los chilenos. Es más, suelen encabezar la lista de los problemas más apremiantes del país con el problema de la delicuencia. Y el Ministerio del Interior difunde cada tres meses el estado de la delicuencia en el país, demostrando con cifras que ésta cunde. Autoridades, expertos, editorialistas debaten sobre el problema y casi siempre concluyen que hace falta mano dura: debe aumentarse la dotación de Carabineros, deben aumentarse las penas, debe restringirse la libertad provisional, deben haber jueces más severos y, obviamente, hacen falta más cárceles. Mientras, cunden las medidas privadas de seguridad que van desde la reja de los más pobres hasta la guardia particular de los más ricos.
La posibilidad de ser víctima de la delincuencia asusta y si la delincuencia es tan violenta como la pintan los medios de comunicación, el susto es mayor. Pero la precariedad económica y la falta de apoyo social con que envejezco hacen que el tema de la delincuencia, más que asustarme, me distraiga de mis propios miedos. Tal vez por eso sea capaz de algunas reflexiones.
¿Por qué la idea de seguridad que expresan las autoridades, los medios de comunicación, es decir el Chile oficial, apunta única y exclusivamente a la delincuencia? ¿Por qué el concepto oficial de seguridad ignora los miedos que provocan la cesantía y la inestabilidad laboral, la remuneración mezquina del trabajo que impide, cada vez más, enfrentar la privatización de la salud oportuna y de buena calidad, de la previsión, de la educación superior, de calles y caminos? Es más, ¿por qué se afirma que la seguridad es seguridad ciudadana, en circunstancias que nunca nos han preguntado a los ciudadanos qué es lo que nos hace sentir inseguros?
He aquí algo que no entiendo: ¿cómo pueden algunos definir nuestros miedos sin habernos consultado dónde nos aprieta el zapato? Si la seguridad es seguridad ciudadana, ella debería expresar todo lo que temen los chilenos.
Sin duda que la delicuencia daña a sus victimas. Pero, ¿por qué las autoridades, los medios de comunicación, los informes del Ministerio del Interior, restringenla delincuencia a hurtos, robos por sorpresa, robos con intimidación, robos con violencia? ¿Por qué los protagonistas de la delincuencia se agotan en lanzas, cogoteros y asaltantes? ¿Acaso no provocan también daño los engaños en la compra y venta de productos y servicios, los incumplimientos de las leyes laborales, el giro doloso de cheques, la usura de prestamistas y agentes de crédito? Una vez fui víctima de un lanza que metió su mano en mi bolsillo, me robó $20.000 y escapó a la carrera. Fue una pésima experiencia, por decir lo menos. Siento, sin embargo, que fue más nociva la experiencia que hice cuando convencí a mi madre de vender la casa familiar y de comprar un departamento recién construido. Muy luego, mi madre y sus vecinos se dieron cuenta que el edificio adolecía de ductos adecuados para la evacuación de gases y que en el lugar donde habitaban había una peligrosa concentración de monóxido de carbono. Tratar a la buena con la empresa constructora resultó en vano. Hablar en la Municipalidad correspondiente, y en la Superintendencia de Energía y Combustibles, resultó inútil. De consultar un abogado resultó que demandar a la empresa constructora era un trámite de años, caro q incierto en términos de reparación. De allí que yo, responsable del traslado de mi madre, y los demás vecinos tuviéramos que instalar nuevos calefones y un nuevo sistema de evacuación de gases: fue harto dinero y todo de nuestro bolsillo. También me ha sido nocivo que la institución donde trabajé cerca de 20 años considerara como imponible la mitad de mi sueldo y a la otra mitad le diera el carácter de asignación no imponible, acumulando así un fondo de previsión bastante menor del que me habría correspondido.
Lo anterior me lleva a reiterar: ¿por qué las cifras sobre delincuencia y el debate y las vestiduras rasgadas sobre ella se agotan en la actividad delictiva de lanzas, cogoteros, asaltantes? ¿Por qué se pone todo el énfasis en la delicuencia que perpetran jóvenes de los sectores populares y no se publican cifras ni se discuten los daños a la propiedad de terceros que cometen gentes de cuello y corbata?"

Por Luis Barros Lezaeta, Sociólogo
PLUMA Y PINCEL, Número 183, Edición enero-febrero 2005